Me levanté despacio, con el bolso en una mano y la otra aún temblando por todo lo que acababa de decir.
—No quería remover esto… —dije, con la voz más suave—. Solo pensé que merecías saberlo.
Günter no respondió. Tenía los ojos fijos en la mesa, como si estuviera mirando su reflejo en el mármol oscuro, intentando reconocerse después de tantos años de culpa.
—Puedo irme —añadí, apenas un susurro—. Si prefieres estar solo.
Fue entonces cuando levantó la mirada y negó.
Una sola vez. Lenta. Casi con dolor.
—No te vayas —dijo, con esa voz baja que usaba solo cuando no sabía cómo pedir lo que necesitaba—. Por favor. Quédate un rato más.
Me quedé quieta. Dudando.
Y luego asentí.
Volví a sentarme frente a él. No hablamos por unos segundos largos. El silencio no era incómodo, sino denso. Lleno de todo lo que no sabíamos cómo decir.
Günter se frotó los ojos con los dedos, como si intentara borrar las imágenes que Paula había dejado colgando en su mente. Luego apoyó los codos en la mesa y soltó