La noche cayó despacio, como si el mundo también necesitara una pausa. La ciudad sonaba lejana desde las ventanas del ático, amortiguada por el silencio cómodo que compartíamos. Habíamos cenado juntos, como antes, pero esta vez sin trabajo en la mesa ni palabras contenidas entre los platos. Solo él, yo, y esa calma tenue que a veces llega después de la tormenta.
Me acomodé en el sofá, con las piernas sobre su regazo. Cassian me acariciaba los tobillos distraídamente mientras fingíamos mirar una película. Yo no podía concentrarme. No podía quedarme con las palabras en la garganta por más tiempo.
—Cassian —dije en voz baja, pero lo suficientemente firme como para que él bajara el volumen y me mirara.
Me sostuvo la mirada con paciencia, con apertura.
—¿Podemos hablar?
Asintió, y me preparé para decir en voz alta todo lo que me había estado comiendo por dentro.
—Lo que pasó esos días… lo que me gritaste delante de todos… —tragué saliva—. Me hizo sentir muy insegura.
Lo vi tensarse, frunci