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CAPÍTULO CUARENTA Y SIETE (LA HERIDA QUE QUEDÓ)

A eso de la una, Alex se acercó a mi escritorio, con su sonrisa de costumbre, aunque esta vez algo forzada.

—¿Vas a almorzar o piensas seguir fingiendo que el café es comida?

Levanté la vista y asentí. No tenía hambre, pero tampoco tenía ganas de quedarme sola.

—Vamos —dijo—. Alana ya bajó y apartó mesa.

Nos fuimos los tres a una cafetería cerca de la oficina, de esas que venden ensaladas caras y wraps con nombres en francés. Nos sentamos en una mesa de la esquina, junto a la ventana, y apenas dejamos los cubiertos sobre la mesa, Alex soltó un suspiro.

—¿Qué le pasa a Cassian hoy? Está insoportable.

Alana levantó las cejas, con expresión de alivio por no ser la única que lo pensaba.

—¿Hoy? Ayer igual. Esta mañana le corrigió a Marc el mismo cuadro tres veces. Tres. Y ni siquiera estaba mal.

—A mí me mandó rehacer el cronograma del caso Winter sin siquiera mirarlo —añadió Alex—. Literal, lo abrí delante de él y me dijo: “Hazlo de nuevo”. ¿Qué le pasa?

Sentí una punzada en el estómago.
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