Esa noche llegué al ático más tarde de lo habitual. No porque tuviera trabajo pendiente, sino porque no quería enfrentar nada ni a nadie. Solo necesitaba espacio para procesar todo sin tener que fingir que estaba bien.
Pero apenas cerré la puerta detrás de mí, lo vi.
Cassian estaba en la cocina, sin corbata, con las mangas de la camisa arremangadas y una copa de vino en la mano. Me miró como si supiera. Como si lo sintiera.
—Liv —dijo, dejando la copa suavemente sobre la barra—. ¿Qué pasó?
Negué con la cabeza, intentando evitar el contacto visual.
—Nada. Solo fue un día largo.
No insistió. Caminó hacia mí y me abrazó sin decir una palabra. Y eso fue suficiente. Me rompí.
—Me llamó mi madre —susurré, con el rostro escondido en su pecho—. Me insultó. Me dijo cosas horribles… por el divorcio.
Sentí cómo su cuerpo se tensó, pero no habló. Solo me sostuvo más fuerte. Como si pudiera evitar que el dolor me arrastrara por completo.
—Dijo que era una vergüenza —continué, con la voz quebrada—.