Cassian no habló en todo el camino de regreso. Manejaba con la mandíbula tensa y la mirada perdida, como si aún escuchara la voz de su madre repitiendo aquella frase. “Ella no habría querido que hicieras eso.” Yo tampoco dije nada. No porque no supiera qué decir, sino porque sabía que no necesitaba palabras. A veces, lo único que alguien necesita es que no lo interrumpas mientras intenta no romperse.
Cuando llegamos al apartamento, no subimos enseguida. Nos quedamos en el coche, en silencio. Él con los ojos clavados en el parabrisas, yo con las manos entrelazadas en el regazo. Finalmente, fue él quien rompió la quietud.
—No entiende que me destruyó más verlos seguir como si nada.
—¿Quién? —pregunté.
—Mi madre. Mi padre. El resto. Todos ellos. —Tragó saliva con dificultad—. A veces creo que les dolió más que Cassandra se saliera del guion que el hecho de que ya no esté.
Lo miré. Tenía las pupilas dilatadas, el gesto de un niño que no termina de entender por qué los adultos hac