Alana se quedó mirándome un momento más, como si evaluara cada gesto, cada sombra en mi cara.
—No voy a decir nada —dijo al fin, seria por primera vez en toda la conversación—. A nadie. Lo que pasó hoy... se queda conmigo.
La miré, agradecida.
—Gracias —dije, y lo sentía de verdad—. Pero igual voy a contárselo a Cassian. Le prometí que si Günter volvía a aparecer, no se lo ocultaría.
Alana asintió con lentitud.
—Entonces, hazlo. Pero con suavidad. Y que sepa que no pasó nada más. Porque no pasó, ¿no?
—No —respondí enseguida—. Solo cruzamos unas palabras. Y se fue. Eso fue todo.
Ella me sostuvo la mirada un segundo más, como para asegurarse de que era verdad. Luego asintió, conforme, y terminó su capuchino de un sorbo.
—Bueno. Pues buena suerte diciéndole. Aunque si de pronto hay otro horno encendido por accidente, tú no me conoces.
Me reí, pero a la vez me quedé pensativa.
Regresamos a la oficina apenas unos minutos tarde. Alana fue directo a su escritorio y yo subí en silencio al pis