Paula abrió la puerta sin disimular la sorpresa.
Primero lo vio a él.
Después me vio a mí.
Y por un segundo, su expresión se quebró antes de recomponerse.
—Hola… —dijo, forzando una sonrisa—. Qué inesperado.
No respondí y Günter tampoco.
Solo la miró fijo, como si ya no le quedaran ganas de rodeos.
—Necesito hablar contigo —dijo él, sin una pizca de cordialidad—. Y quiero que seas sincera.
Paula asintió con una rigidez casi teatral. Se hizo a un lado y nos dejó pasar.
Entramos.
La casa estaba igual que siempre. Fría en su perfección. Cuidada hasta lo antinatural.
Nos sentamos sin que nadie lo indicara. Paula quedó de pie, con los brazos cruzados, como si esperara un interrogatorio.
—¿Qué pasa? —preguntó, fingiendo inocencia.
Günter no perdió tiempo.
—¿Me drogaste aquella noche?
El aire se congeló.
El silencio fue tan abrupto que parecía que la casa misma se había detenido.
Paula palideció.
Literalmente.
Todo su maquillaje dejó de tener sentido cuando sus facciones perdieron color.
—¿Q