Cuando Stella iba a decir algo, se escucharon varios golpes en la puerta.
—¿Quién? —preguntó Stella.
—Soy Verónica, ya llegaron los de la tienda de ropa.
—Gracias —contestó Stella, se puso de pie enseguida.
Mike frunció el ceño al contemplar a su esposa con ese anticuado camisón del siglo pasado.
—¿A dónde vas? —indagó.
—Llamé a unas personas de una boutique para que vinieran con ropa adecuada para ti, debo ir a cambiarme para recibirlos.
Mike la observó con cierta curiosidad, ladeando la cabeza.
—¿Una boutique? —repitió, sorprendido—. ¿Te has molestado en traerme ropa?
Stella asintió rápidamente, tratando de no mostrar su nerviosismo.
—Quiero que te sientas a gusto —respondió, jugueteando con el borde de su camisón.
Mike la miró de arriba abajo, notando lo anticuado y fuera de lugar que parecía ese atuendo.
—¿Y qué hay de ti? —preguntó, arqueando una ceja—. No pareces preocuparte mucho por tu propia comodidad.
Stella, al darse cuenta de que él la estaba observando más de lo habitual,