Salvatore Mancini.
No puedo odiarla. Por más que lo intento, no puedo.
He destrozado hombres por menos, he mandado a matar a traidores por una mirada, pero cuando pienso en Isabella, todo mi odio se desarma.
Y eso… me enferma. Me vuelve loco.
Debería sentir rabia.
Debería querer verla pagar por la mentira, por todos los días que me habló usando otro nombre, por las noches en las que creía conocerla, creía saber quién en verdad era y en realidad, me estaba ocultando la verdad.
Pero no puedo culparla.
Porque en el fondo sé que no lo hizo por querer.
Lo hizo porque la obligaron.
Porque Vittorio, ese malnacido que se hace llamar su padre, la empujó a ser un peón más de su juego.
La vistió de Giulia, la arrojó a mis brazos como si fuera una transacción, como una maldita moneda de cambio.
He intentado mantener la calma, Matteo dice que debo pensar con cabeza fría, que un movimiento en falso puede iniciar una guerra que nadie puede controlar. Pero cada vez que recuerdo la forma en que Vitto