Acepto el trato

perspectiva de Sech.

La noticia del accidente de Lysander llegó al palacio con un estruendo sordo, pero lo que le pasara a ese traidor me tenía sin cuidado. Ellos no merecían ni mi atención, y mucho menos mi ayuda. En ese momento, mi mente solo estaba ocupada por una sola persona. Tres días después de que Isis tomara el antídoto, su recuperación era milagrosa, prueba irrefutable de la fuerza que Lucrecia había visto en ella y de la bendición que Dorian había impartido.

Mi abuela me informó que Isis estaba despierta, e inmediatamente le dije que quería hablar con ella. Por fortuna, Isis aceptó; Altea era demasiado persuasiva cuando se lo proponía. El miedo se apoderó de mí con una intensidad que ni siquiera la amenaza de un golpe de Estado había logrado.

—¿Estás seguro, Sech? Ella está muy frágil —me había preguntado Altea, con preocupación.

—Tengo que hacerlo, abuela —le dije—. Necesito verla, necesito que me perdone.

Entré a la habitación sintiendo que mis piernas pesaban toneladas.
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