Alessandro se convirtió en el sol alrededor del cual giró el universo del palacio. Su pequeño llanto, sus gorjeos y sus suspiros de sueño fueron la banda sonora que comenzó a llenar los silencios y a suavizar las aristas del dolor.
Para Aurora, el bebé fue un milagro. "¡Es mi hermanito!", anunciaba a todo el que quisiera escuchar, pasaba horas sentada junto a la cuna, cantándole canciones inventadas o mostrándole sus juguetes favoritos con una solemnidad conmovedora. A través de su amor inocente e incondicional por Alessandro, tendió un puente inconsciente entre sus padres.
Alexandra, sumergida en la vorágine de la maternidad reciente, no tenía tiempo ni energía para mantener el muro en su totalidad. El agotamiento, las noches en vela y la demanda constante del bebé la hacían vulnerable, humana. Y en esa vulnerabilidad, Adriano encontró su oportunidad para servir, no para invadir.
Aprendió a calentar biberones con la precisión de un químico, a cambiar pañales con una destreza que le h