El helicóptero surcó el cielo entre Roma y Venecia como un halcón enfurecido. Para Adriano, el viaje fue un borrón de paisajes verdes y azules teñidos de rojo ira. Cada minuto que pasaba, la imagen de Alexandra en esa cama, con un extraño a su lado, se incrustaba más profundamente en su mente, envenenando cada recuerdo bueno que habían construido en el último año. La Alexandra que cuidaba de Aurora, la que debatía sobre arte con pasión, la que lo había mirado con una luz esperanzadora durante la cena… todo era una mentira. Una farsa mejor actuada que la de Sofia.
Aterrizó en el *heliporto* de la Giudecca con el rostro cincelado en granito. No fue al palacio. Fue directamente al Hotel Luna Baglioni. Su presencia, cargada de furia contenida, hizo que el personal se apartara a su paso sin mediar palabra. Subió a la suite 302 y abrió la puerta con una llave maestra que había exigido al gerente, aterrorizado.
La habitación estaba en silencio. Alexandra seguía en la cama, pálida como la mue