Roma hervía bajo el sol del mediodía, pero en la suite presidencial del hotel Hassler, en lo alto de la escalinata de la Plaza de España, el ambiente era de fría eficiencia. Adriano había concluido las reuniones de la mañana y revisaba unos informes finales antes de tomar el helicóptero de vuelta a Venecia. Una parte de su mente, sin embargo, no estaba en las cifras, sino en la imagen persistente de Alexandra con su vestido esmeralda, la forma en que la luz de las velas había bailado en sus ojos la noche de su aniversario.

La había tratado con frialdad después. El miedo lo había paralizado. Pero ahora, la distancia le hacía ver las cosas con más claridad. No podía seguir viviendo con un pie en el pasado y otro en un presente que, contra todo pronóstico, anhelaba. Tal vez, solo tal vez, fuera hora de hablar. De decirle que esos doce meses habían cambiado algo en él.

Su teléfono personal vibró sobre la mesa de caoba. Una notificación de correo electrónico. De un remitente desconocido. E