Un velo gris de abatimiento se había posado sobre Alexandra tras la noche del aniversario. La esperanza que había florecido en ella durante la cena se había marchitado con la fría despedida de Adriano en el corredor. Él había regresado a Roma para una serie de reuniones que, sospechaba ella, podrían haberse pospuesto, pero que sirvieron como la excusa perfecta para poner distancia entre ellos.
Para no dejarse vencer por la melancolía, se sumergió en su tesis final y en pasar todo el tiempo posible con Aurora. Pero la niña notaba su tristeza.
—¿Estás enfadada con papá? —le había preguntado el día anterior, con su inocente perspicacia.
—No, cariño, no —había respondido Alexandra, abrazándola—. Solo… a veces los adultos son complicados.
Esa tarde, decidió salir. Necesitaba escapar de las paredes del palacio que de repente parecían oprimirla. Le dijo a Clara que iría a la Galería Giorgio Franchetti, en la Ca' d'Oro, para investigar unos manuscritos para su tesis. Era verdad, pero también