Un año. Doce meses desde que Alexandra había firmado en aquella sala de juntas lúgubre. Doce meses desde que había caminado por el pasillo de la capilla hacia un hombre que la consideraba una transacción. Ahora, esa misma fecha se acercaba, y el palacio, en lugar de prepararse para un recordatorio de la farsa, parecía contener la respiración.
Fue el mismo Adriano quien, durante una de sus cenas silenciosas, pero ya no del todo incómodas, lo mencionó.
—El jueves se cumple un año —dijo, sin levantar la vista de su plato de risotto de mariscos.
Alexandra casi se atraganta con un sorbo de agua. ¿Lo recordaba? ¿O solo era su meticulosidad para con las fechas contractuales?
—Sí —confirmó, con cautela—. Un año.
Él alzó la mirada entonces. Sus ojos, aquellos ojos que habían sido gélidos durante tanto tiempo, ahora guardaban una profundidad turbadora.
—He reservado una mesa en el Club de Gondoleros. Para cenar.
No era una pregunta. Era un hecho. Pero la naturaleza del gesto hizo que el corazó