32. Verdad letal
Alejandro me ha mantenido encerrada durante todos estos días.
No he visto otra cosa que no sea esta habitación y el rostro inexpresivo de la sirvienta que entra solo cuando él se lo ordena. Ella es quien me avisa cuándo debo bajar a desayunar o cenar… y siempre está ahí, vigilándome en silencio, como si yo fuera una prisionera peligrosa. Como si pudiera hacerle daño a alguien.
Y quizás eso es lo que él piensa ahora de mí. Que soy un peligro.
Alejandro ya no me habla. Apenas me dedica unas palabras frías, cortantes. Nada de lo que fuimos existe ya en sus ojos. Solo hielo. Silencio.
Y eso... eso me duele más que cualquier otra cosa.
No hay peor castigo que ser ignorada por la persona que amas.
Verlo caminar tampoco ha sido fácil. Me cuesta acostumbrarme a esa imagen, a ese hombre fuerte que vuelve a sostenerse por sí solo, pero que ahora está doblegado emocionalmente. Que ya no piensa por sí mismo. A veces, muy en el fondo, me alegro de verlo de pie… pero la alegría se desvanece al nota