El crujido de la madera fue casi imperceptible, pero lo sentí. Mis sentidos no dormían, nunca lo hacían del todo, especialmente ahora.
Me incorporé en silencio desde el colchón improvisado en el que descansaba Ava. Su respiración era tranquila, y su rostro relajado por primera vez en días. Se acurrucaba en su manta como si temiera que alguien se la quitara. Me quedé observándola por un instante más, grabándome cada detalle. Luego me levanté con cautela, sin hacer ruido, y salí por la puerta trasera.
El aire afuera estaba más frío de lo habitual. Una brisa del norte se deslizaba entre los árboles, acariciando la tierra con un susurro que solo quienes la conocían bien podían interpretar. No era viento. Era advertencia.
Lo vi a la distancia, apoyado contra un árbol, casi como una sombra más entre la espesura. El fuego de sus ojos fue lo primero que reconocí.
—Alex —dije apenas estuve lo suficientemente cerca.
No contestó de inmediato. Me miró con una mezcla de preocupación y reproche.
—¿