Corría con las patas golpeando contra el suelo, el aire frío de la noche cortándome el hocico.
Mi forma lobuna avanzaba entre los árboles como una sombra negra, guiada por el olor que ardía en mis narices.
Sangre.
Pelea.
Pero no era ella, no era Ava.
No todavía.
Cuando llegué al claro, me detuve de golpe, resoplando, el pecho expandiéndose bajo mi grueso pelaje.
Allí, bajo la luz de la luna, yacía un lobo negro enorme, un pícaro, con el cráneo aplastado.
El olor era inconfundible: soledad, descontrol, hambre.
Pero lo que más me golpeó fue el rastro que escapaba de la escena.
El aroma de Ava flotaba en el aire, fresco, intenso, cargado de magia.
Ella había peleado.
Ella había ganado.
Me transformé, jadeando, pasando una mano por mi cabello sudoroso.
Dioses…
Había sido un combate duro.
Pude sentirlo en cada marca, en cada gota de sangre que manchaba las piedras.
Mi loba había estado aquí.
Y ahora estaba huyendo.
—Rey Cael.
Cerré los ojos un instante.
Claro.
No podía tener un momento a s