Alfa Ava
El olor a incienso y cera quemada me llenaba las fosas nasales antes de siquiera abrir los ojos. El aire estaba espeso, cargado de algo antiguo, pesado… casi como si pudiera cortarse con un cuchillo.
Mi cuerpo dolía, cada músculo, cada costilla y mi cabeza palpitaba con un eco lejano que apenas reconocía como mío.
Cuando parpadeé, lo primero que vi fue luz. No la luz brillante y dura del sol, ni la cruda de una antorcha. No. Eran velas. Decenas… tal vez cientos de velas encendidas, esparcidas por la habitación, que lanzaban sombras danzantes sobre paredes de piedra vieja.
Me incorporé bruscamente, jadeando, sentía mucho dolor.
Estaba adolorida, y mi mente todavía intentaba procesar qué había pasado. Recordaba correr. Recordaba la pelea. Recordaba el lobo pícaro y la roca que hice levitar con mi poder.
Recordaba, sobre todo, el miedo.
El miedo de saber que no tenía a dónde ir, de que huía no solo de Cael y de la manada, sino de lo que yo misma era. Y del hecho de que había co