Alfa Ava
La sala estaba fría, a pesar del fuego encendido en la gran chimenea. Las paredes de piedra, decoradas con escudos antiguos y banderas descoloridas, parecían absorber el calor y devolverlo hecho escarcha.
Sentada en una silla demasiado recta, con la espalda rígida y los nudillos blancos de tanto apretar las manos, sentía las miradas clavadas en mí.
Seis pares de ojos.
Seis ancianos con títulos más antiguos que mi propia existencia.
Y uno más, el que dolía: Donovan, en silencio, de pie a un lado de su escritorio.
Impasible. Inmóvil. Inaccesible.
—No podemos simplemente dejarla libre —dijo Marcellus, el mayor de ellos, su voz como piedra arrastrada por el río—. Todos la sintieron. Vampiros. Brujos. Otros alfas. Ese tipo de poder… llama la atención. Y no siempre la correcta.
—No ha hecho nada —replicó otro, de barba gris y mirada afilada—. Hasta ahora, no ha sido una amenaza.
—¿Hasta ahora? —interrumpió un tercero—. ¿Y si decide volverse en contra nuestra? Tiene suficiente magia