Rey Alfa Cael Donovan
Desperté en medio de la noche, sudando y con el corazón desbocado. La habitación estaba oscura, solo iluminada por la tenue luz que se colaba desde la ventana, pero no había oscuridad suficiente para esconder el peso que oprimía mi pecho. El silencio parecía gritarme con el vacío que había dejado Ava. Su ausencia era un puñal constante, un frío que nada podía calentar.
Caminé hasta la ventana y miré hacia los muros de la manada, imponentes bajo la luz de la luna menguante. Esa frontera no era solo piedra y madera, sino una barrera de viejas magias, hechizos que protegían al reino y mantenían alejados a los enemigos y a los rebeldes. Y allí, al otro lado, en tierras prohibidas, Ava estaba libre, pero también perdida.
El olor de su piel seguía impregnado en mí, imposible de borrar. Era como si su esencia estuviera grabada en mi piel, en mi carne, en mi alma. Me pregunté si ella también me recordaba, si le dolía tanto como a mí. Pero esas preguntas no tenían respues