La puerta de la Sala de Juegos se cerró con un clic sordo y definitivo, aislando el mundo exterior. El aire dentro era quieto, cargado de memorias y de la promesa de lo por venir. Clara permanecía de pie cerca de la entrada, su respiración ya levemente acelerada, mientras Félix recorría el perímetro de la habitación con la lentitud de un tigre inspeccionando su territorio recuperado. Su silueta, proyectada por la luz tenue y ambienta, parecía haber recuperado toda su amplitud y poderío, la debilidad de las semanas anteriores borrada por la determinación que emanaba de cada uno de sus poros.
"Desvístete," ordenó, su voz no era un grito, sino una vibración grave que resonó en los huesos de Clara. "Lentamente. Quiero ver. Quiero recordar cada centímetro que ha estado esperando por mi atención."
Clara, con las manos levemente temblorosas, obedeció. Cada prenda que caía al suelo era un velo menos entre la Doctora Montalbán, la estratega, la madre, y la mujer que estaba en el núcleo de todo