La voz de Félix, calmada y firme a través del intercomunicador, fue como un cable a tierra en medio de la tormenta de pánico que consumía a Clara. Tres hombres neutralizados. Las palabras resonaron en la pequeña celda, cargadas de una violencia fría y eficiente que, por primera vez, no la aterró, sino que la llenó de una esperanza feroz.
—¿Estás herido? —preguntó, su voz quebrada por la tensión.
—No —fue la respuesta seca—. Pero no tenemos mucho tiempo. Gael no puede mantener el bloqueo para siempre. Cuando se den cuenta de que la señal de tu biométrica es un señuelo y que he despachado a su equipo de avanzada, vendrán con todo.
Abajo, Clara miró a Anya y a Rojas. La determinación en sus rostros reflejaba la suya propia. El sacrificio había funcionado. Habían ganado un respiro. Pero Félix tenía razón: era solo eso, un respiro.
—¿Qué necesitas que hagamos? —preguntó Clara, su tono era el de un soldado aceptando órdenes.
—El conducto de ventilación por el que enviaste la señal —dijo Fél