El dolor fue una ola sorda que se retiró tan rápido como llegó, dejando a Clara jadeando contra el respaldo del sillón, las palmas de sus manos sudorosas presionando su vientre. No. No ahora. No así.
—Doctora —la voz de Rojas, cargada de una urgencia que trascendía la misión, cortó el aire—. ¿Está bien?
Ella asintió, incapaz de hablar, conteniendo la respiración hasta estar segura de que el espasmo había pasado. En la pantalla, los latidos de Lucas y Emma seguían regulares, fuertes, ajenos al pánico que helaba la sangre de su madre. La línea de alerta amarilla seguía ahí, un recordatorio silencioso de que su cuerpo había llegado a un límite.
—Es el estrés —logró decir, forzando cada palabra—. Sigue con el plan. Reyes primero.
Rojas vaciló, su lealtad dividida entre la orden y la evidencia palpable del riesgo. Pero el entrenamiento prevaleció. Asintió con la cabeza, una mueca de preocupación surcando su rostro impasible.
—En diez minutos tendrá a Reyes fuera. Gael está restableciendo l