La suite médica se convirtió en mi santuario y mi celda. Durante horas después de que Santoro se marchara, permanecí sentada en la silla giratoria, mirando la pantalla de la tablet. Los casos médicos que mostraba eran un imán irresistible para mi cerebro entrenado. Un politraumatismo con una hemorragia interna compleja. Una herida de bala con un trayecto extraño cerca de la columna. Un posible caso de envenenamiento por una toxina rara. Eran acertijos. Rompecabezas vitales que clamaban por una solución.
Mi dedo se cernió sobre la pantalla táctil. ¿Debía hacerlo? ¿Debía ceder y revisar los historiales? ¿Era eso una traición a mí misma, un primer paso hacia la aceptación de mi cautiverio? Pero… ¿y si podía ayudar? ¿Acaso mi juramento no me obligaba a ayudar donde hubiera necesidad, sin juzgar al paciente?
Con un suspiro de frustración, apagué la tablet y me alejé de la mesa. No hoy. Hoy no le daría esa satisfacción.
Exploré la suite médica a fondo. Todo estaba allí. Desde medicamentos d