La luz del amanecer que había iluminado la conversación con Isabella parecía pertenecer a otro mundo, a otra vida. En el presente, un presente gris y lluvioso, Clara se encontraba de nuevo en la sala de control, junto a Félix, Gael y Rojas. El aire olía a café cargado y tensión contenida. En la pantalla central, dividida en varios cuadros, se veían imágenes en tiempo real de la vida de Darío.
Allí estaba, en su apartamento de clase media, bebiendo café frente a la televisión, ajeno al ojo digital que lo escrutaba. Lo veían salir a comprar el periódico, caminar con una despreocupación que a Clara le resultaba ofensiva. Él seguía con su vida, mediocre pero intacta, mientras a su alrededor caían como moscas aquellos que alguna vez la habían dañado.
—El dispositivo está activo —anunció Gael, rompiendo el silencio. Sus dedos volaban sobre un teclado secundario—. Todos sus movimientos, sus llamadas, sus búsquedas en internet, están siendo amplificados. Es como si llevara un faro en la espal