Elizabeth bajó del imponente Carlos frente a aquella casa que para ella era muy poca cosa. Estaba harta de la situación había que ser honesta, el no haber garantizado que ella en verdad desapareciera estaba ocasionándole problemas.
Tocó la puerta para luego limpiar sus nudillos evitando que cualquier rastro de suciedad se pegará en sus manos.
Abigail abrió y cuando la vio sintió un frío recorrerla por completo.
—¿Qué está haciendo aquí?
Elizabeth la observó de arriba a abajo con asco, y sin más la empujó con su bastón ingresando a la casa.
Abigail la sostuvo del brazo deteniéndola, no podía dejar que ella estuviera ahí.
—Váyase de mi casa, usted no es bienvenida —dijo con determinación.
—Yo puedo entrar a cualquier lugar que se me plazca y tú no eres quien para evitar que eso suceda.
—Claro que si puedo evitarlo porque no estamos en su casa señora, estamos en la mía y no me apetece verla.
Elizabeth la miró y asintió.
—Creí que eres más inteligente de verdad me imaginé que er