LXXV

Cuando volvieron de la luna de miel el ambiente se volvió tenso, parecíamos un mal tercio y ciertamente eso eramos. Parecíamos un trío triste, desafinado y desagradable. La felicidad ya no los traslucía aunque Alexander aprovechaba la mínima oportunidad en que yo los estuviera viendo para tener gestos cariñosos con Tamyria: besos de lengua duraderos, apasionados, candentes... Abrazos tiernos, plagados de cariño y una extraña necesidad un tanto angustiante... Caricias indecentes, mordaces, incluso algo vulgares. Parecía como si su matrimonio fuera un miserable espectáculo cuyo único fin era molestarme.

Yo era consciente de que Alexander me odiaba, las razones por las que creía que la hacía era evidentes: la primera, indudablemente, la terrible infidelidad que supuestamente profese en su contra. El maligno acto en el que inlcuso mande a matar a una amiga para quedarme con su hombre y, además como si fuera poco, robarme todo el dinero de mi noble esposo para vivir con el otro en algún
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