Las noches de trabajo se hicieron una costumbre. La oficina, el estrés, la acumulación de responsabilidades… todo era parte del precio que debía pagar para tener la vida que quería.
Sin embargo, noté que Firenze estaba cada vez más distante. Su mirada buscaba la mía con una insistencia distinta, como si esperara encontrar en mí una respuesta a algo que yo aún no entendía.
Hasta que, una noche, sus ojos se posaron en los míos con la resolución de quien ha tomado una decisión.
—Te han visto con otra mujer.
Su voz era suave, pero cada palabra cayó con el peso de una sentencia.
Solté el bolígrafo que tenía en la mano y la observé con detenimiento.
—¿Quién dice eso?
—Algunas personas en la oficina.
Mantuve la expresión serena.
—¿Desde cuándo te afectan los rumores?
—Desde que empezaron a tener sentido. Es eso lo que te entretiene hasta tarde en la oficina, no estás trabajando, estás con otra mujer.
Su respuesta fue un golpe seco. No se dejó intimidar. Firenze no solía lanzarse a una confro