Estaba recostado en el sillón de la sala, aún en penumbra, con la pesada sensación de que todo lo que había hecho hasta ahora no había sido suficiente. La relación con Firenze y mis intentos por mantenerla bajo control habían fracasado. Pero en el fondo de mi alma, algo seguía ardiendo, algo que me impulsaba a seguir adelante con mi juego. El destino, ¿cómo no verlo? Estábamos destinados a estar juntos, y si no podía convencerla de eso, entonces era un hombre perdido.
Noté que Firenze había bajado a la cocina; sostenía una taza humeante sentada sobre la silla junto a la ventana. Su figura se recortaba contra la luz tenue de la luna, pero sus ojos no se encontraban con los míos. Parecía más distante que nunca, más cerrada. Y eso solo alimentaba mis dudas. ¿Qué había fallado? Ella nunca lo entendería si no le mostraba la magnitud de lo que podía hacer por ella. Si no podía ver la verdad en mis palabras, volvería a los brazos de Luca. Me levanté y caminé hacia ella, siguiendo mi intuición