89 Letargo
Y así, llegamos al punto donde todo comenzó.

La sirena de la patrulla se filtra entre la bruma de mi conciencia, lejana, amortiguada, como un eco distorsionado en la niebla. No entiendo lo que está pasando. Siento el peso de mi propio cuerpo, inmóvil, atrapado entre el delirio y la realidad.

Luego, el dolor.

Un latigazo ardiente me recorre el costado. Algo pesado oprime mi pecho, haciéndome imposible respirar con normalidad. Intento moverme, pero un mareo me hunde de nuevo en la oscuridad. Las voces se vuelven lejanas, los pasos resuenan como si estuvieran dentro de una cueva. La luz intermitente del pasillo parpadea en mi mente más que ante mis ojos.

En algún momento, entre el murmullo de órdenes y el brillo estroboscópico de las sirenas, caigo por completo en la inconsciencia.

Despierto en una habitación con luces fluorescentes que me lastiman la vista. El aire huele a desinfectante. Siento agujas bajo la piel, y el tirón leve de una vía intravenosa en mi brazo me confirma que estoy
Debbie Folk

En este capítulo, la conciencia de Anthony se fragmenta. Aquí no hay claridad, no hay certezas. Todo está teñido por el efecto de la sustancia, por el dolor físico y por la distorsión emocional que él mismo alimentó durante años. “Letargo” es el punto en el que la voz narrativa se quiebra entre lucidez y delirio, permitiéndonos ver —casi por primera vez— al Anthony desnudo de su propia soberbia. Este no es el capítulo del castigo, sino el de la revelación: el hombre que quiso controlar cada detalle ahora es incapaz de controlar su propio cuerpo. Prepárate para entrar en ese espacio ambiguo entre la culpa, el engaño y la percepción borrosa de quien se enfrenta, por fin, a su propia caída.

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