Desde la convención, las cosas entre nosotros tomaron otro tono. No hicimos el típico anuncio oficial que—por alguna razón que yo nunca entendería—todos esperaban, pero nuestro vínculo ya no era un secreto. Aun así, podía sentir su inseguridad, como una sombra persistente. No importaba lo bien que la pasáramos juntos, tenía la sensación de que siempre estaba alerta, como si en cualquier momento pudiera emprender vuelo y alejarse.
Había notado que Firenze tenía una vida organizada antes de volver a la mía, y con el tiempo empezó a recuperar sus rutinas. Cuando no amanecía en mi cama, madrugaba para ir al club a nadar antes del trabajo. Llegaba a la oficina con la misma satisfacción que cuando estaba conmigo, lo que me recordaba que su vida no giraba en torno a mí. Y lo reafirmaba con cada pequeño gesto de independencia.
No podía negar que aquello me inquietaba. Firenze era distinta a las mujeres con las que había estado antes, y quizás por eso la había integrado en algunas de mis prop