¡Tal como pensó, el asunto de la fuga de gas había sido obra de esa mujer Isabella!
El señor Cárdenas estaba acabado, nunca podría recuperar a Marisela.
Marisela había sido incriminada, casi muere, y el señor Cárdenas en ese momento no investigó, sino que la acusó de querer incriminarlo a él.
Ahora que la verdad estaba frente a sus ojos, ya no tendría nada que decir.
Aurelio suspiró profundamente en su corazón, tomó la laptop y se levantó, pidiendo permiso por una hora.
Salió por la puerta principal, paró un taxi, y en cuanto se subió al auto, inmediatamente llamó a Marisela.
Sin que él se diera cuenta, detrás de él, en una camioneta gris estacionada en la calle.
—Salió, trae la computadora —dijo un hombre con lentes oscuros por el micrófono.
—Síganlo para ver —respondió una voz masculina del otro lado.
El auto arrancó, siguiendo a ese taxi, y luego se dirigió hacia la carretera.
Dentro del taxi.
—Señorita Undurraga, hay algo que debo decirle, tiene que ver con usted —dijo Aurelio desp