Aun así, él no tenía pruebas concluyentes.
Lorenzo, con sus oscuros ojos llenos de frialdad, la miró con desprecio:
—Si Celeste vuelve a estar en peligro y estás cerca, no dudaré en hacerte pagar. Y te aseguro que nunca encontrarás el corazón que necesitas para ese trasplante.
Con esas palabras, dio media vuelta y subió al auto sin darle más importancia.
Andrés cerró la puerta tras él, y en pocos segundos, el vehículo arrancó y desapareció de la vista.
Viviana se quedó allí, mordiéndose los labios, con sus ojos llenos de rabia y envidia, observando cómo el coche se alejaba.
Lo que había sido una jugada perfectamente planeada se había desmoronado una vez más. ¡Y Celeste, de alguna manera, había vuelto a salir ilesa!
—¿Gabriel realmente no tiene nada que ver contigo? —preguntó Manuel, con una voz fría e inquisitiva.
Viviana parpadeó, conteniendo su frustración, y respondió con un tono de falsa inocencia:
—Papá, ¿también dudas de mí?
—Solo me parece muy extraño que Gabriel haya aparecido