—Sebastian —dijo Ginevra, recuperando su sonrisa, aunque tardó un segundo más en que el pánico desapareciera de su rostro—. ¿Qué haces aquí?
La observó en silencio. Después de unos segundos, soltó una risa seca, sin una pizca de humor, y negó con la cabeza.
—Eres muy buena fingiendo —dijo con un gesto frío, apenas podía contener la furia que le hervía la sangre. De haber sido un hombre, probablemente ya lo habría arrastrado afuera para destrozarlo a golpes.
—¿Qué? ¿De qué hablas?
—Es suficiente, Ginevra —advirtió, esperando que terminara con la farsa—. Sé que estuviste involucrada en lo que le sucedió a Gemma.
—Si Corrado te dijo algo, tienes que entender que miente. Hace unas semanas me amenazó para que lo ayudara a quedarse a solas con ella. No sé qué tramaba exactamente, pero no parecía nada bueno —hablaba rápido, atropellando las palabras—. Cuando supe lo que ocurrió, entendí que él tenía que estar detrás. Seguramente por eso la drogó.
Sebastian entrecerró los ojos.
—¿Cómo sabes q