Sebastian se detuvo frente al escritorio de Angelina, que ya estaba apagando la lámpara de mesa.
—Angelina —saludó y ella levantó la mirada.
—Sebastian —respondió ella con una sonrisa ligera—. Supongo que estás aquí para llevar a Gemma a casa.
Asintió con la cabeza.
—¿Está ella en su oficina?
—Sí. Su último paciente se fue hace unos minutos y yo estaba a punto de irme también… así que tendrán el lugar para ustedes dos sin interrupciones —respondió con un guiño travieso, colgándose el bolso al hombro.
Sebastian soltó una carcajada.
—Me agrada cómo piensas.
La mujer se despidió con un ademán y él continuó hacia la puerta de Gemma. No se molestó en llamar; giró el picaporte y empujó con suavidad. Ella estaba de espaldas a él, acomodando algunos libros en el estante que ocupaba una esquina de su oficina, tarareando la música que salía de los parlantes de su computadora.
Una sonrisa se extendió por su rostro y la observó inmóvil por un instante, queriendo grabar la escena en su memoria. Lu