Las verdades. 1
La madrugada los sorprendió entre risas, chapoteos y gruñidos, Aileen sentía el cuerpo ligero, casi olvidando las tensiones del día, pero la fatiga la alcanzó de golpe: sabía que, si no dormía un poco, al amanecer estaría insoportable, se sumergió sin decir nada y desapareció entre la negrura del agua, Leo, al darse cuenta de que no salía, se tensó de inmediato, nadó con fuerza hacia donde la había visto hundirse, los músculos rígidos y el corazón en un puño.
— ¡Aileen! — rugió, con un deje de pánico.
La risa de ella lo golpeó desde la orilla, allí estaba, sentada sobre una roca, ya vestida y hasta con su sombrero colocado con coquetería, el detalle que más llamó la atención fue que no llevaba su mascarilla, dejando ver su rostro limpio bajo la luz tenue que se filtraba entre los árboles. Los tres lobos salieron del agua casi al mismo tiempo, haciendo sonidos guturales de decepción, como una jauría de niños frustrados, el de pelaje marrón, con toda la desvergüenza del mundo, gruñó con