Las verdades. 3
El silencio llenó el habitáculo mientras avanzaban por la carretera, Aileen, con el rostro hacia la ventana, decidió romperlo.
— Dime ¿Quiénes son los otros de tu manada? — la pregunta cayó como una piedra, Leo tensó los dedos en el volante, los nudillos blancos, y evitó mirarla.
— Eso no lo vas a saber. — contestó al fin, con voz firme.
Aileen giró el rostro, sorprendida.
— ¿Por qué no? — él apretó la mandíbula, incomodidad clara en sus facciones.
— Porque yo soy su guardián, Aileen... — respiró hondo, como si buscara contener algo — Y si un día decides ser mala, si de verdad dejas salir lo que llevas dentro, no voy a arrastrar a toda mi manada conmigo, solo me llevaras a mí. — el peso de esas palabras la dejó en silencio.
Por primera vez, sintió la carga real que él llevaba sobre los hombros, lo que significaba estar atado a ella, Leo desvió la mirada apenas un segundo hacia ella y añadió con seriedad.
— No lo digo para ofenderte. — Aileen bajó los ojos, jugando con el dobladillo de