Comienza el juego

Nada más llegar a los apartamentos, me desvestí y no pude más que lanzarme encima de la cama de lo tremendamente cansada que estaba. No sé cuanto tardé en dormirme, pero lo único que sé es que me desperté dos horas después con la energía totalmente recargada. Ordené al servicio de habitaciones que me trajeran un café largo con un bollito lo más sano posible, veremos a ver qué me traen…

Mientras llegaba el café decidí prepararme para ir un rato a la playa, deseaba tomar un poco el sol, estaba muy blanca y aunque se que no me voy a conseguir un bronceado decente, por lo menos cogeré un poco de color.

Al estar tan blanquita aún, pensé que me combinaría de muerte un bikini rosa pálido que había comprado antes de venir de viaje. Sin duda estaba un poco loca cuando me decidí a comprar todos aquellos trajes de baño. Se trataba de una braga tanga de baño, un poco alta de caderas que llegaba pasaba por debajo de mi ombligo. Dios mío, me miré al espejo mi redondo trasero, redondo y blanco trasero. Pero si no me atrevía a ponerme eso, no cogería color en mi retaguardia. La parte de arriba para que mi pecho fuera bien sujeto era en forma de cruzada en el pecho, que se abrochaba en la espalda, parecido a un sujetador sin tirantes solo que del centro del pecho salían dos tiras medio gruesas y rodeaban mis hombros, pasando por detrás de mi espalda formando una hermosa X. Es precioso, resalta con mi color de piel. Sin más me embadurné de crema mis gruesos muslos y justo cuando estaba en ello tocaron a la puerta, sin duda debe ser el servicio de habitaciones con mi café y mi dulce. Corrí a abrir la puerta y comencé a decir:

—Ya era hora, pensaba que no iban a venir…— y cuando abrí la puerta mis palabras murieron ahí mismo. Delante de mi estaba un Pablo atónito, mirándome de arriba a abajo— Tú, tú no eres…

—¿Quién? ¿Estabas esperando a alguien?— tragó duro saliva y me miraba.

—Ehm no, es que pedí hace rato al servicio de habitaciones un café, pero ha pasado ya un buen rato y pensé que eran ellos y no tú. 

—¿Ibas o vienes de la playa?

—Voy, precisamente me estaba embadurnando en crema protectora para el sol, como ves soy demasiado blanca— una sonrisa se marcó en mi rostro.

—¿Te diste crema tu sola por todo el cuerpo? —su mirada juguetona lo decía todo. ¿Qué hago le sigo el juego? Habíamos quedado en fingir ser algo más, a lo mejor este era el momento de ir empezando…

—Bueno, me faltó por la espalda, yo sola no llego— puse los labios haciendo morritos. ¡Morritos, yo haciendo morritos!—, si quieres pasar mientras llega el servicio de habitaciones y hablamos más tranquilos.

Lo dejé pasar y cerré la puerta tras él. Nos dirigimos hasta el salón donde aparte de una gran puerta blanca francesa que dejaba pasar un buen chorro de luz natural, había un inmenso sofá de tres plazas, una televisión, una mesa de café un un pequeño mini bar que estaba bien abastecido por cortesía del hotel. Nos paramos en mitad de la habitación mirándonos el uno al otro, hasta que Pablo habló.

—No quiero interrumpirte en lo que estabas haciendo. Si quieres puedo ayudarte dándote un poco de crema por la espalda— no apartaba su mirada de mis ojos.

—¡Claro! Pero tengo la crema en la habitación. Ven, es por aquí.

Y ahí estaba yo, guiando a un hombre a mi habitación semidesnuda, con una braga tanga que se me estaba clavando por todas mis partes íntimas. Lo mejor de todo es que le di la espalda a Pablo, y estoy absolutamente segura que se estaba deleitando con mi trasero. Dios, que vergüenza. Que no se me entienda mal, soy una mujer segura de mi misma, pero era mi primera vez luciendo mis cachetes de esa manera y ante casi un extraño que para colmo intuyo que le estaba gustando demasiado lo que veía.

Llegamos hasta la cama y cogí la crema de sol. Abrí la puerta que daba al porche trasero y salimos los dos al exterior. Había una pequeña mesa de madera con dos sillas del mismo tono haciendo conjunto. A los lados limitando con los dos apartamentos unas grandes jardineras con plantas autóctonas que no tengo mucha idea de cuáles son y al centro como no, ahí estaba el mar, el sonido de sus olas rompiendo en la orilla era incesante, las gaviotas sobrevolaban y se escuchaba el pequeño murmullo de la gente, sin duda vecinos míos a los que aún no había visto.

Le tendí el tubo de crema a Pablo y me di la vuelta dándole la espalda mirando hacia el mar.

—Desabrocha la parte de arriba o si no no podrás darme bien crema y me quedarán luego marcas — Pablo no dijo nada, simplemente obedeció y me desabrochó la parte de arriba del bikini. Me sujeté con mis manos cruzadas mi pecho para que no cayera al suelo.

Puso crema en sus manos, las juntó y frotó un poco antes de ponerlas encima de mi piel, sin duda estaba calentando un poco la crema, que detalle… Sus manos se posaron por encima de mi cintura y de ahí empezó a dirigirlas hacia arriba, pasando por debajo de la señal en x del bikini. Volvió a poner crema y esta vez subió sus manos desde la parte del centro donde están mis escápulas y las dirigió hacia mis hombros, sacó sus manos y volvió a ponerlas en mis hombros esta vez masajeando en dirección a mis brazos.

—¿Por los brazos no te había puesto crema, verdad cariño?— su aliento rozaba mi oreja. Se había creado un clima sensual, sus movimientos eran lentos, sin duda se estaba deleitando poniendo crema.

—No, no me puse— solo pude responder eso y se me escapó un leve gemido.

Su masaje continuó desde atrás por toda mi espalda, brazos, cuello y empezó de nuevo desde mi cintura hasta la parte baja de mi espalda, donde comenzaba el innombrable. Sus manos en mi cintura se adentraban cada vez más hacia mi vientre, los costados de mi cintura, subiendo y parándose por debajo de mi pecho. Oh dios, esto se nos estaba yendo de las manos, me estaba excitando un poco, pero no quiero que pare. 

—Cariño ¿Te pusiste cremita en tus nalgas? Siento que ahí te puedes quemar mucho más…

—N…no, no me puse— ¡Ala! De perdidos al río…

Sabía lo que se venía y Pablo puso un poco de crema en sus manos y las posó al mismo tiempo sobre la parte alta de mi trasero y con un pequeño movimiento circular fue bajando hasta tener mis dos grandes nalgas en sus manos, las bajó un poco más, sopesando mi trasero, bajando por la curva y volviendo a subir. Que delicia era sentir el tacto de sus manos ardiendo sobre mi piel. No es por nada, pero si seguía así no sabía lo que podría pasar, lo había dejado tocar mi trasero… Volvió a bajar y a subir lentamente por ellas, pero al subir las soltó de golpe, dejándolas caer al aire y no pude más que emitir un gemido.

Se estaba yendo de madre todo aquello, y aún más cuando noté que su cuerpo se pegaba a mi por detrás y sentí en la parte alta de mi trasero un gran bulto, sin duda era su erección. Yo no lo culpo la verdad, porque yo también estaba excitada, solo que a mi no se me pone nada duro… bueno si, los pezones un poco, pero por suerte tenía mis brazos rodeando mis pechos y no se notaba nada.

Sus manos subían y bajaban por mi cintura lentamente, se abrazaban a mi por detrás en mi vientre, el cual había empezado a masajear también. Es de locos, aquello me estaba gustando demasiado, nunca antes nadie aparte de Carlos me había tocado. Y tengo que decir que ni el mismo Carlos me había tocado así de aquella manera tan sensual que despertaba en mi todas aquellas sensaciones. Noté en mi cuello su aliento cálido, acompañado de besos suaves subiendo por él que se dirigían hasta la parte de detrás de mi oreja y otra vez deliciosos besos hacia mis hombros. Y en aquella postura en la que Pablo me abrazaba por detrás mientras me besaba el cuello y yo lanzaba pequeños gemidos, habíamos comenzado sin quererlo a balancearnos, casi como si estuviéramos bailando lento.

No nos dimos cuenta de nada a nuestro alrededor, tan solo podía escuchar nuestras respiraciones rápidas y pesadas junto con el latido de su corazón en mi espalda desbocado, igual que el mío. La magia se rompió con una voz masculina que gritó en cólera desde uno de los apartamentos contiguos al mío.

—¡Aparta tus manos de ella!

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