Mundo ficciónIniciar sesiónUna vez en el bus que nos llevaría ese día de excursión, nos sentamos juntos Pablo y yo, íbamos en silencio. Yo en principio me sentí un poco incómoda por que se sentara a mi lado, no entendía qué le había dado a ese tipo conmigo… Lo ignoré todo lo que pude leyendo las actividades que el hotel nos había preparado. Hoy íbamos a explorar un poco la isla, nos llevaban a la plaza central donde había un mercadillo artesanal, luego a un museo naval propio de la isla y finalizaríamos almorzando en un lugar típico de la isla, ¡me encanta todo!
Mientras ojeaba la guía turística Pablo me miraba de reojo y por fin se atrevió a hablar. —¿Sabes adonde se supone que vamos? —¿A caso no te has leído el itinerario?— dije con incredulidad. —La verdad no, por que en principio no tenía pensado hacer esta ruta. Pensaba ir a la playa, no sé, tal vez montar un poco en moto acuática—. Su mirada brillaba con solo nombrar la moto acuática. —Hombres, os encantan las motos, que topicazo. Por cierto, si no te apetecía venir ¿por qué has venido si a la vista está que te resulta aburrido? —Bueno, improvisé un poco sobre la marcha. Es evidente que a Carlos le molesta que revolotee cerca de ti y a mi me encanta fastidiarlo—. ¡Bingo! El solito había dado en la diana. —Ya que lo dices, ustedes dos se conocen, se tratan con demasiada familiaridad. ¿Son amigos?— su cara de espanto lo dijo todo. —No, no, no de amigos nada, al revés es tal vez mi peor enemigo. —¿Puedo preguntarte de qué se conocen? Se quedó en silencio unos segundos, noté la indecisión en su mirada. —Tal vez más adelante te lo cuente, al fin y al cabo no te conozco de nada. Por cierto preciosa, ¿y tú de qué conoces a Carlos? Es evidente que se pone tenso y celoso cuando estoy cerca de ti, eso hasta un tonto lo vería—. Me giré para mirarlo directamente, no me lo podía creer que no me respondiera a mi pregunta y que esperara que yo le respondiera a la suya… —Perdona guapo, pero yo tampoco te conozco de nada como para tenerte tanta confianza. La conversación quedó ahí y ninguno de los dos dijo nada más hasta que llegamos a la plaza central de la isla. Era todo precioso, mantenía su arquitectura original. Donde miraras había color, en los balcones adornando las casas, las ropas de los nativos también eran un abanico de colores, por dios, que bonito todo. Pronto al bajar del bus, prácticamente todos los turistas se desperdigaron solos por la plaza, algunos solos, otros en parejas. Es curioso, no había niños, imagino que quien viaja a este tipo de destinos es para estar con su pareja a solas, no con niños de por medio. Yo llevaba pegada una lapa, que por cierto estaba guapísimo con un pantalón de lino blanco fino y una camisa azul claro, resaltaban su piel. En la plaza central había unos pocos puestecitos, algunos con artesanías, telas, pero el mercadillo continuaba por las calles estrechas más próximas a la plaza. Di con unos puestos de joyería artesanal, no parecían de oro o plata, pero eran preciosas. Me paré en uno de los puestos y la mujer me ofreció una pulsera que era una cadena plateada con varías piedras de distintos colores, azul oscuro, azul claro, rosa sin duda era cuarzo, entre esas cuentas habían en metal estrellas de mar. Era preciosa, pero cuando me dijo el precio la descarté, no podía ir comprándome todo lo que veía a la primera. El caso es que me costó dejarla en su sitio de nuevo. Pablo me miraba sin decir nada, pero con curiosidad. Después del paseo por el mercadillo, nos dirigimos al punto de encuentro en el museo. La verdad no hay mucho que contar sobre esta visita. Básicamente cuenta la historia de la isla y su pasado tormentoso con los piratas y los saqueos. Había incluso un apartado para nudos marineros. Menos mal que la visita al museo terminó pronto, no creo que pudiera soportarlo mucho más. Yo ya tenía mucha hambre la verdad, y los guías del viaje nos llevaron hasta un restaurante próximo al museo marítimo donde habíamos pasado parte de la mañana. Nos sentaron en una gran terraza que miraba al mar, era absolutamente precioso, playas de agua turquesa, cristalina y de arena casi blanca. Palmeras, palmeras por todas partes, no sé si cuando vuelva a mi vida normal y común me acostumbraré a no verlas más. Debieron pensar que Pablo y yo éramos pareja y nos sentaron juntos en la misma mesa. —Oh, no me libro de ti eh—. Solté con fastidio. —No te hagas, estás encantada con mi presencia. ¿Por qué no compraste esa pulsera si era evidente que te encantaba? Pensé en responder al momento alguna bordería, pero entonces bajé mi mirada pensativa, sí sabía el verdadero motivo del porqué no la había comprado. Aparté mi mirada de la suya, y la dirigí hacia el mar, un aire melancólico me invadió. —Tengo el dinero suficiente como para comprarla sin remordimientos de estar gastando en frivolidades, pero yo tengo el defecto de que no suelo gastar en mi, casi siempre gasto en los demás. Lo sé, soy muy tonta…mi madre ya me lo dice lo suficiente—. Mi respuesta era absolutamente sincera y sin nada de ironía o sarcasmo. Pablo no se rió, al contrario me miraba atento, sin apartar sus ojos de mi. Justo cuando él iba a hablar, apareció el camarero para tomarnos nota de lo que íbamos a comer. Yo elegí una buena ensalada tropical al centro,— no tengo ni idea de qué lleva, pero suena bien— y un pescado a la plancha con salsa típica de la zona, acompañado con patatas al horno. Pablo creo que pidió carne en su punto. Pero que demonios, cuando uno va a una isla lo suyo es pedir pescado y probar lo autóctono. Hombres… Nos sirvieron la comida y estaba riquísima, el pescado era un manjar de los dioses que cosa tan buena, hacía mucho tiempo que no probaba nada igual. La ensalada tropical fue una decepción, le pusieron piña, piña y ya con eso tenía el toque tropical, vaya decepción la mía. Mientras comíamos me atreví a ser directa con Pablo. —¿Cómo es que estás solo en la isla? ¿Vas a la boda de Carlos y Abigail? —Bueno, estaré solo hasta pasado mañana que viene mi familia, mis padres y tíos. Y sí, vengo como invitado a la boda, creo que igual que tu. —Sí, vengo a la boda—. No dije más nada, él tampoco dio muchos datos. —Mira Marina, sé que tu y yo no nos conocemos y aún no tenemos la confianza como para contárnoslo todo, pero te propongo algo, solo escucha— Todo fue silencio por mi parte, absolutamente atenta a lo que me quería decir— Te propongo hacer sufrir a Carlos durante estas vacaciones al menos. —¿Cómo? —Creo que no hay nada que le fastidie más ahora mismo que el pensar en ti y en mí juntos,— cierto en eso le tengo que dar la razón— así que te propongo fingir, fingir que nos estamos enamorando. No se va a creer que estamos juntos, pero sí que estamos interesados el uno en el otro.Me quedé unos minutos en silencio, pensando, apoyando mi mano en mi mentón, pensativa, sopesando los pros y los contras de todo lo que me había dicho Pablo. Por un lado quería hacerlo, se notaba que entre ellos algo pasaba y que Carlos tenía celos cuando él estaba cerca de mí.
—Sí, lo haré—. Pablo se giró bruscamente hacia mi, no se esperaba que aceptara tan pronto, sin negarme ni un poco. —¿Estás segura? —Totalmente. No tengo nada que perder y al fin y al cabo yo vine aquí a eso, tu aparición me ha venido muy bien. —¿Cómo qué has venido a eso?Y ahí se quedó la pregunta de Pablo en el aire. Todos los turistas nos levantamos y nos marchamos al hotel dando un paseo, aunque pronto la mayoría se cansaron de andar y tuvo que recogerlos el bus. Yo por mi parte iba en silencio todo el camino, solo pensaba en llegar al apartamento, descansar un poco y después lanzarme a la playa, la tenía tan cerca que me llamaba, pensaba nadar, pasármelo en grande por la tarde.







