La noticia llegó como un relámpago seco, atravesando la pesada atmósfera de la mansión Volkov con una violencia silenciosa.
El primero en enterarse fue uno de los antiguos escoltas de Nikolai, un leal silencioso que logró escapar del ataque. Sangraba por la pierna y tenía el rostro amoratado, pero su voz era firme cuando se presentó en los pasillos oscuros de la casa Volkov, exigiendo hablar con el jefe.
—Nos emboscaron. No fue un ataque cualquiera. Lo estaban esperando. Fue Igor.
La mención del nombre heló la sangre de todos. Igor Petrov. El viejo lobo que se creía muerto en vida, pero que, como una sombra rencorosa, había salido de su exilio con sed de venganza. Nadie pronunció palabra durante unos segundos. Solo se escuchaba la respiración agitada del guardia herido, la vibración muda de una furia colectiva que comenzaba a despertar.
—¿Dónde? —preguntó el padre de Nikolai.
—Cerca del paso sur. Cerraron las salidas. Mataron a cuatro. A mí… me dieron por muerto.
Una maldición baja cr