Mientras avanzaban hacia el refugio temporal en las afueras de Moscú, Alexei descolgó su móvil. Las llamadas fueron pocas, pero certeras. Antiguos contactos, hombres que solo hablaban con silencios o con balas. Nadie se atrevía a decir demasiado, pero una frase se repetía: el cuervo ha construido una jaula en las ruinas.
—¿Qué significa eso? —preguntó Sofía.
Alexei la miró. No respondió de inmediato. Cerró el móvil y sus dedos tamborilearon sobre el volante con una calma que solo presagiaba tormenta.
—Hay un sitio —explicó—. Una base vieja, un complejo militar abandonado de los años soviéticos. Subterráneo. Laberíntico. Imposible entrar sin un mapa y un ejército.
—¿Y Nikolai podría estar ahí? —Lilia casi no podía respirar.
—Si yo fuera Igor y quisiera que nadie encontrara a mi rehén... sí. Lo tendría allí.
…
Esa misma noche, en otra parte del mundo de sombras que gobernaban los Volkov, el padre de Nikolai, recibía la misma información.
—Maldito traidor... —escupió, golpeando el escrit