4

Aleksei observó la escena con los labios apretados, sus ojos moviéndose entre Nikolai y Lilia. Finalmente, dio un paso atrás, mirando a Nikolai con furia contenida.

—Esto no ha terminado, Volkov. Te arrepentirás de esta decisión.

Sin más, giró sobre sus talones y salió del almacén con sus hombres siguiéndolo de cerca. El eco de sus pasos se desvaneció poco a poco, dejando a Nikolai y Lilia solos en el almacén vacío.

El corazón de Lilia latía con fuerza, pero trató de mantener la compostura cuando Nikolai se giró para mirarla. Él no dijo nada. Era como si estuviera estudiándola, buscando algo que aún no entendía.

—Esto no cambia nada —dijo ella, finalmente rompiendo el silencio. —No necesito tu protección.

Nikolai esbozó una sonrisa fugaz, más peligrosa que tranquilizadora. 

—Lo que necesites ya no importa, Lilia. Ahora estás conmigo, y mientras sea así, nadie te tocará. Pero recuerda esto: si intentas huir, Aleksei no será el único problema que tendrás que enfrentar. Te perseguiré hasta el fin del mundo.

Las palabras de Nikolai fueron una advertencia y una promesa al mismo tiempo. Y aunque Lilia odiaba admitirlo, algo en su interior le decía que estaba entrando en un mundo del que podría no salir jamás.

De regreso en la mansión de Nikolai, la grandeza del lugar no hacía más que aumentar la sensación de encierro para Lilia. Lilia, sin embargo, estaba lejos de sentir calma. Tan pronto como entró, las puertas dobles se cerraron detrás de ella con un eco que le retumbó en el alma. Se plantó firme en el centro del salón, su mirada se encendió con una rebeldía nacida tanto del miedo como de su indomable espíritu.

—Exijo saber por qué haces esto —soltó con dureza, cruzando los brazos con un gesto desafiante. No iba a dejar que él creyera, ni por un momento, que podía doblegarla. —No eres ningún salvador, así que ¿qué ganas reteniéndome aquí? 

Nikolai dio unos pasos hacia ella, moviéndose lentamente, casi como un felino. Había algo en la forma en que se desplazaba que parecía calcular cada gesto con la precisión de un depredador acechando a su presa. Su silueta imponente llenaba la habitación, haciendo que aquel inmenso salón pareciera más pequeño. Una mueca sutil, apenas perceptible, curvó sus labios antes de responder.

—Eres diferente, Lilia. No esperaba encontrar a alguien como tú. —Su voz fue un murmullo ronco que invadió el aire entre ellos, cargado de significado. Antes de que ella pudiera contradecirlo, Nikolai extendió su mano grande y perfectamente controlada, revelando lo que parecía ser una simple rosa… negra.

Lilia parpadeó, desconcertada. No era una rosa común; su rareza radicaba no solo en su color, sino en el acto mismo de Nikolai al entregarla. Él, quien parecía tener el control absoluto sobre todo y todos, sostenía esa flor con una delicadeza que parecía impropia de sus manos marcadas por un mundo de ferocidad y violencia. Sus ojos, profundos y oscuros como pozos sin fondo, se encontraron con los de ella.

—Eres la única belleza en mi tormenta de caos —dijo Nikolai con una franqueza que desarmó a Lilia momentáneamente. Sus palabras no eran un cumplido vacío; su tono grave y pausado las hacía pesadas, como si estuvieran impregnadas de verdades que él mismo no se atrevía a pronunciar por completo.

Lilia sintió que algo dentro de ella se agitaba, como si los diques que había construido cuidadosamente para contener sus sentimientos comenzaran a ceder. Pero no estaba lista para dejarse llevar por esa marea.

Su orgullo y el miedo la obligaron a mantenerse erguida.

—¿Y qué se supone que signifique eso para mí? —replicó ella, tomando la rosa con manos firmes, aunque su interior temblara. Su mirada seguía siendo desafiante, pero ahora también contenía una chispa de desconcierto que Nikolai no pasó por alto.

Nikolai no respondió de inmediato. Retrocedió unos pasos, girando hacia una pequeña mesa junto a la chimenea de concreto donde descansaba una botella de licor costoso y dos vasos. Tomó la botella con calma, pero sus ojos se perdieron por un momento en las llamas danzantes. Había algo ominoso en el modo en que sus hombros se tensaron, como si lo que estaba a punto de decir le pesara en el alma.

—He perdido muchas cosas, Lilia… y lo sabes.

El silencio que siguió fue ensordecedor. Lilia lo miraba, congelada entre la empatía que sentía por la pérdida que él acababa de confesar y el rechazo absoluto al control que él ejercía sobre su vida. En ese momento, Nikolai no parecía el hombre invencible que lo había llevado por la fuerza a ese mundo peligroso y desconocido. Por un breve instante, era solo un hombre roto intentando aferrarse a algo, o a alguien.

Lilia tragó saliva, sintiendo un nudo en la garganta. Pero su espíritu rebelde prevaleció.

—Eso no justifica lo que estás haciendo conmigo, Nikolai —dijo al fin —No soy un premio ni una solución a tus problemas.

El semblante de Nikolai cambió. La vulnerabilidad que había mostrado se borró como una sombra al anochecer, reemplazada por la máscara fría que solía usar. Dio un paso hacia ella, y la intensidad en su mirada volvió a encenderse.

—No espero que lo entiendas todavía, pero lo harás —Su tono era definitivo, cerrando cualquier posibilidad de réplica, y antes de que ella pudiera agregar algo, Nikolai se dio la vuelta y abandonó el salón, dejando tras de sí una estela de incertidumbre.

Sola en la mansión que ahora era su prisión, Lilia subió a la habitación que ahora era suya. Sus pasos resonaban en el largo corredor, y la creciente opresión en su pecho hacía que cada respiro se sintiera pesado. Al llegar, colocó la rosa sobre la mesita de noche junto a su cama. El contraste entre el negro de los pétalos y la blancura inmaculada del mobiliario era perturbador. Se sentó frente a ella, con los codos apoyados en las rodillas, observándola fijamente.

La rosa era hermosa, única en su perfección, pero también llevaba consigo algo siniestro, como si estuviera maldita. Su mente giraba entre las palabras de Nikolai, el peso de su confesión y su propia realidad.

“¿Es esto un símbolo de su devoción o de mi condena?”, pensó mientras sus dedos rozaban lentamente los pétalos, suaves como terciopelo. Y a pesar del calor que proporcionaba la chimenea en la esquina de la habitación, un escalofrío le recorrió el cuerpo mientras contemplaba cuál de esas respuestas sería su verdad.

Pero no tuvo tiempo de responderse a sí misma. Porque en ese momento, la puerta se abrió de golpe. Y Nikolai estaba de pie en el umbral, con una mirada que quemaba como fuego. Estaba allí, otra vez. Lilia parpadeó varias veces asustada, ¿por qué regresó? ¿por qué no la dejaba en paz de una buena vez?

Nikolai avanzó con calma felina, cerrando la puerta tras de sí. Cada paso acortaba la distancia entre ellos, y Lilia sintió que el aire se volvía espeso, cargado de algo electrizante, algo que la volvía inquieta.

Ante ella, extendió un contrato. Lilia sabía lo que significaba.

—Aquí está el contrato, Lilia. Uno en el que ambos ganamos.

Lilia tan solo lo miró con ojos asustados.

—Quiero dejar algo claro. —Nikolai rompió el silencio. Con un gesto tranquilo, empujó un bolígrafo hacia ella. —Te protegeré, pero las condiciones tienen que estar claras, incluso por escrito. Un acuerdo matrimonial. Sin ceremonias, sin compromisos reales. Solo un año y después, serás libre.

Lilia arqueó una ceja, cruzando los brazos con una mezcla de incredulidad y desafío. Había algo en su tono que sugería que este acuerdo era más por estrategia que por cualquier otra razón; probablemente algún capricho legal que beneficiaría a Nikolai en su feudo de caos. Pero no iba a firmar sin pelear, especialmente cuando su orgullo recién herido exigía ser escuchado.

—¿Un contrato? Qué considerado, casi un romanticismo anticuado —dijo con una pizca de sarcasmo. Agarró el bolígrafo, pero sin escribir. —Y sin fiestas, sin ceremonias y, ¿qué? Ni siquiera un pastel para celebrarlo. Eres un tacaño, Volkov.

—Sé que ansías tu libertad —susurró—. Pero sabes que no puedo darte eso... aún. Lo que sí puedo ofrecerte es un nuevo tipo de poder, Lilia. Si juegas bien tus cartas, si aprendes a moverte en este mundo sin que te devore, podrías ser algo más que mi prisionera. Podrías ser mi reina. Tendrás el mundo a tus pies...

La mente de Lilia se quedó en blanco. Sus labios se entreabrieron, pero no encontró palabras inmediatas.

—¿T-tu reina? —preguntó, confundida.

Nikolai sonrió, deslizando su pulgar por su labio inferior de una manera que la hizo estremecerse.

—Ser mía no solo te haría intocable, sino también poderosa. La gente en este mundo teme mi nombre, pero si aceptas... también temerán el tuyo. ¿No es eso mejor que vivir como una sombra?

Lilia tragó en seco. Sabía que las palabras de Nikolai eran veneno envuelto en terciopelo, pero también despertaban algo oscuro dentro de ella. Un deseo de ser más que un simple peón en su juego.

—Dices que sería poderosa, pero en realidad solo quieres controlarme —espetó.

Nikolai presionó su cuerpo contra el de ella, haciéndola retroceder hasta que su espalda chocó con la pared. Sus labios apenas rozaron su oreja cuando respondió:

—Si quisiera controlarte, muñeca, ya lo habría hecho.

El roce de su cuerpo era un tormento. Su calor la envolvía, su fragancia la mareaba.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP

Capítulos relacionados

Último capítulo

Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP