Esa noche, la frustración en su interior la llevó al único pensamiento desesperado y loco: escapar. ¿En qué estaba pensando cuando aceptó ese contrato? No tenía sentido, ella no podía estar con un mafioso, era peligroso… Cerró los ojos contrariada. Debía hacer algo, no podía quedarse de brazos cruzados esperando un milagro.
Esperó a que se hiciera muy tarde en la noche, cuando la mayoría de los guardias y la servidumbre no estaba muy al pendiente. Miró su reloj y este marcaba la una de la mañana. La mansión estaba en silencio.
Pero el silencio de la mansión era una mentira. Lilia lo sabía. Cada sombra podía esconder un guardia, cada crujido del piso podía delatarla. Pero la desesperación nublaba su juicio. Tenía que intentarlo.
Se deslizó como un fantasma entre los pasillos, los dedos temblorosos buscando los pestillos de las ventanas. Uno. Dos. Tres. Todas selladas.
—Maldita sea— masculló, clavándose las uñas en las palmas.
Hasta que encontró una que cedió y se abrió. El jardín la llamaba. El aire fresco, las sombras de los árboles, la libertad. Y corrió.
El césped húmedo se pegó a sus pies descalzos, el viento le azotó el rostro. Casi lo sentía. Casi... hasta que…Una mano de hierro la agarró del brazo, torciéndole la muñeca hasta hacerla gritar. Otro guardia apareció a su izquierda, bloqueándole el paso.
—No me toquen —gruñó, retrocediendo.
El más alto —¿Yuri? ¿Vasili? Nunca sabía sus nombres— sacó una pistola. No la apuntó a ella. No hacía falta.
—El patrón quiere verte.
—¡Que se pudra! —Escupió, y corrió hacia la izquierda, donde los arbustos eran más densos.
Error.
El segundo guardia la atrapó por el cabello, tirando con fuerza como para hacerla gritar.
—Caminas o te arrastro —dijo, mientras su compañero le ponía el cañón del arma en la base de la nuca—. Elige.
Lilia tragó sangre —¿cuándo se había mordido el labio?
Y asintió. Pero no sin antes clavarle la rodilla en la ingle al primero. El hombre gruñó, pero no la soltó.
—Brava —masculló el otro, arrastrándola de vuelta hacia la mansión—. Pero inútil.
Cuando la dejaron en el despacho de Nikolai nuevamente, él ya estaba sentado, como si hubiera estado esperándola desde el principio. Su postura era relajada, casi displicente, con los dedos entrelazados sobre el escritorio. Pero sus ojos delataban una chispa de diversión mezclada con una sombra de decepción.
—¿De verdad pensaste que podrías escapar de mí? ¿Que no te vigilaría? —preguntó, con un tono inusualmente suave que hacía que la pregunta se sintiera más como una amenaza que como un reproche.
Lilia alzó la barbilla, negándose a sentirse intimidada, aunque por dentro combatía la oleada de frustración y miedo. También agradecía que no la estuviera apuntando con un arma, como sus hombres.
—No soy tu prisionera, Nikolai.
Él se inclinó hacia adelante, con el rostro iluminado por esa tenue lámpara que parecía exagerar la intensidad de su mirada.
—No, eres mi rosa. —Su voz adquirió un filo peligroso. —Y las rosas no sobreviven solas en la tormenta.
Las palabras cayeron como un peso sobre Lilia, cortantes pero envueltas en una extraña mezcla de posesividad. No pudo evitar preguntarse si Nikolai realmente creía que estaba protegiéndola o si simplemente disfrutaba de someterla a su control. Antes de que pudiera responder, él se levantó y caminó hasta acercarse lo suficiente como para que su presencia llenara todo su campo de visión.
—Intentar escapar no es una opción, Lilia. Ahora, habrá reglas. Serán estrictas, y espero que entiendas que cualquier desobediencia tendrá consecuencias. —Su tono tenía la contundencia de una sentencia. Luego se alejó un poco, regresando tras el escritorio como un rey regresando a su trono
Nikolai la observó de regreso. Una sonrisa ladina se esbozó en sus labios, como si disfrutara molestarla.
—Ahora eres mi esposa, ¿no crees que me debes algo, querida? Intentaste escapar en nuestra primera noche, así que yo como buen esposo me encargaré de que no quieras hacerlo nunca más.
Lilia entrecerró los ojos... No podía estar hablando de... Alzó los ojos y lo miró enojada.
—¿Acaso te refieres a....
Nikolai sonrió y se levantó del asiento.
—Nos casamos, Lilia y tú me debes mi primera noche, nuestra noche de bodas.
Nikolai se ajustó los gemelos de la camisa, indiferente. Y se dirigió a la salida del despacho.
—Tienes una hora. Báñate. Ponte algo bonito. Y reza para que me guste lo que vea.
Lilia quedó sola en el despacho. Le extrañó que no la sacara a patadas de ahí… Pero aprovechó el despiste de Nikolai y fijó la atención en el escritorio. Había documentos, llaves, una pistola descargada. Nada útil.
Hasta que lo vio. Sobre el escritorio, semioculta bajo un informe financiero, una foto.
Era ella. No la Lilia de ahora, vestida de luto y rabia. No. Era la Lilia de antes.
La imagen la mostraba en el café de la esquina de su casa, hace ocho meses, riendo con una taza entre las manos. Llevaba el vestido azul que tanto le gustaba. El que quemaron el día que su padre murió.
El corazón le latió demasiado fuerte. Y entonces, vio las notas. Eran pequeñas anotaciones al margen, en una letra precisa y fría:
"Prefiere el té de manzanilla."
"Sonríe cuando habla con el viejo dueño del café... arreglaré eso"
"No mira a los hombres. ¿Miedo? ¿Desinterés?"
—¿Desde cuándo…? —Sus dedos temblaron al tomar la foto.
Nerviosa por ser descubierta, Lilia arrojó la foto sobre el escritorio y salió del despacho de Nikolai como si el diablo mismo la persiguiera. Ya luego pensaría en lo de la foto. Sus pasos resonaron en el pasillo, rápidos, torpes, como si pisara brasas. Una hora le había espetado él para estar bañada y vestida.Vistió el camisón de seda negra que alguien ¿él? había dejado sobre la cama. Demasiado suave. Demasiado… revelador.—¿Qué carajos pretende? ¿Qué me presente como un regalo? —murmuró, ajustándose la tela con torpeza.El reloj seguía avanzando. Faltaban diez minutos.El pánico le cerró la garganta.—No. No esta noche. Ni en mil noches.Actuó rápido: cerró el pestillo de la puerta y, con un esfuerzo que le arrancó un jadeo, arrastró el pesado tocador hasta bloquear la entrada.—Toma eso, maldito controlador.Los pasos llegaron puntuales.—Lilia. —La voz de Nikolai traspasó la madera, demasiado calmada para ser buena señal.—¡Estoy durmiendo! —improvisó, pegando la espalda a la pare
Lilia intentó hablar, pero él ya se movía, arrastrándola consigo. Sus dedos se cerraron como grilletes alrededor de su muñeca.—¿Adónde…?—A casa —cortó él, sin mirarla—. Antes de que decida que prefiero quedarme y matar a alguien.La sacó de la fiesta entre murmullos, cruzando el salón como un huracán de traje negro. Los invitados se apartaban. Todos menos uno.Viktor, el hombre con quien Lilia había conversado antes bloqueó su camino con una sonrisa diplomática.—Volkov, ¿te vas? La noche se ha vuelto peligrosa…—Mueve tus pies o los pierdes —Nikolai no redujo la velocidad. Viktor palideció y cedió.Nikolai Volkov era un hombre al que se temía, y su estado de ánimo en ese momento no invitaba a desafíos.—¿Qué estás haciendo? —susurró ella, tratando de mantener la compostura mientras lo seguía con pasos apresurados. Sentía la tensión en su agarre, la energía contenida en su cuerpo como una tormenta a punto de desatarse.Él no respondió. Siguió avanzando hasta llegar a la gran escalera
Lilia abrió la boca para responder, pero no pudo. Porque habría sido una mentira. Y lo peor de todo era que Nikolai lo sabía. En un movimiento rápido, su mano se deslizó hacia su cintura, atrayéndola hacia él. Lilia sintió su aliento contra su piel. Un instante más y se perdería en ese abismo, en esa oscuridad que él representaba.Pero al final él se detuvo, y Lilia salió corriendo, aterrada por sus propios sentimientos. Lilia subió las escaleras con pasos apresurados, con su respiración entrecortada y su mente hecha un caos. Apenas cruzó la puerta de su habitación, la cerró con seguro y apoyó la frente contra la madera. Su corazón latía con fuerza, no por miedo, sino por algo mucho más reprensible.No podía permitirlo.No podía sentirse atraída por él. Nikolai Volkov era su captor, el hombre que se había aparecido como su salvador y la había encerrado en una jaula dorada. Por mucho que su cuerpo reaccionara a su cercanía, por mucho que su mirada le hiciera sentir viva de una manera
Lilia reconoció que algo no estaba del todo bien tan pronto como la despertaron. No fue el usual amanecer perezoso con los débiles rayos de sol filtrándose por las cortinas de la mansión. Esta vez fue distinto. Una mano firme —demasiado familiar por su dureza— la sacudió ligeramente de su letargo. Cuando sus ojos se enfocaron, encontró a Nikolai de pie junto a su cama, vestido impecable como siempre, a pesar de que el reloj en el tocador marcaba aún una hora impensablemente temprana.—Vístete —ordenó él sin rodeos, su voz baja pero cargada de autoridad irrefutable. Ni siquiera se molestó en aclarar el motivo al principio, como si diera por hecho que Lilia simplemente cumpliría sin cuestionamientos. Para alguien acostumbrado a tener el control absoluto, las explicaciones eran innecesarias.Lilia parpadeó repetidamente, tratando de comprender si acaso seguía soñando. Su instinto inicial fue replicar, negarse a cumplir aquella orden irracional en horario tan intempestivo, peroMinutos de
La sonrisa que apareció en los labios de Nikolai fue lenta, peligrosa, una curva que no auguraba nada bueno. Sus ojos oscuros parecían bailar con algo que podría calificarse de diversión, aunque en su versión más intimidante.—Oh, te lo pondrás, Lilia. —Su tono era suave, casi melódico, pero cargado de una autoridad que aplastaba cualquier posibilidad de discusión—. Nos espera el mar y, te guste o no, vas a nadar conmigo hoy.Nikolai no era un hombre que tomara un "no" como respuesta. Desde el momento en que le entregó el bikini a Lilia, hasta que estuvieron cara a cara en la tosca privacidad de su camarote en el yate, su paciencia jugaba con un peligroso límite. Ella, por supuesto, había intentado resistirse, pero la mirada de él —intensa, fija y dominante como un lobo acechando su presa— la desarmaba de maneras que ella misma detestaba admitir.—Póntelo, Lilia. No tengo tiempo ni paciencia para tus juegos ahora —ordenó Nikolai con una voz baja pero cargada de poder, como quien dicta
Los labios de Nikolai eran cálidos y firmes. Lilia respondió primero con sorpresa, sus manos flotaron sin dirección clara antes de asentarse sobre su pecho aún húmedo. Pero pronto, la sorpresa se desvaneció como niebla al sol, y una corriente de emociones desconocidas la arrastró hacia él.Era un beso peligroso, no solo por la pasión que lo contenía, sino por la declaración muda que llevaba consigo: ninguno saldría ileso de eso. Las olas rompían cerca, pero ambos estaban perdidos entre sí, aislados del mundo en una burbuja que pulsaba con energía.Cuando finalmente se separaron, no fue una ruptura abrupta. Nikolai permaneció cerca, sus labios rozaron los de Lilia mientras la miraba como si quisiera grabar ese momento en su memoria. Ella, por su parte, respiraba entrecortadamente, con el corazón golpeando en su pecho como si quisiera escapar.—Esto no significa nada —logró murmurar, aunque la intensidad en su voz no apoyaba sus palabras.—No —respondió él con una leve sonrisa—. Esto sig
—No me digas, Nikolai... parece que has olvidado que esta pequeña bailarina tiene un paquete de deudas colgando sobre su frágil cabeza. Y que su querida hermana... fue tan admirablemente "útil" al intentar pagarlas. —Su sonrisa torcida hizo que el estómago de Lilia se revolviera.—Deja fuera a su hermana —siseó Nikolai, dando un paso adelante, mientras los hombres de ambos bandos comenzaban a ajustar las posiciones, como piezas de ajedrez al borde del combate. Lilia, paralizada por el nombre de su hermana mencionado en boca de aquel hombre, sintió que sus piernas perdían fuerza.—Entregámela, Nikolai. —Aleksei ignoró la advertencia, apuntando ahora directamente a Lilia—. Tú decides, viejo amigo. ¿Negociamos?... ¿O jugamos a ver quién sangra primero?La mente de Lilia se llenó de imágenes de su hermana sufriendo detrás de las rejas, del miedo perpetuo que la había conectado con ese mundo oscuro. Lo peor era que no sabía qué había originado todo esto, cuál era la deuda exacta que Aleksei
Nikolai la observó sin pestañear, con ese aire orgulloso que tanto la irritaba. Sus ojos oscuros eran insondables, como si llevaran siglos enterrando secretos que no iba a dejar al descubierto ahora. Pero eso no detuvo a Lilia. Sentía que si no descargaba todo lo que llevaba dentro en ese instante, podría explotar.—Déjame entender, porque parece que he estado viviendo una m*****a mentira desde que llegué a tu mundo. ¡Así que resulta que todo esto no tiene que ver con mi supuesta protección! Que no me tienes aquí porque debo algo o porque te debe importar mi seguridad. ¡Es porque crees que me puedes poseer! —Un golpe seco y lleno de rabia surcó su garganta.—Lilia... —empezó Nikolai, con ese tono bajo, como si con su mera voz pudiera calmar la tempestad. Pero ella no iba a dejarle terminar.—¡No! —exclamó, alzándo su mano como una barrera entre ambos—. Si me "viste bailar" y tomaste la decisión de que ahora soy "tu propiedad", entonces estás igual que Aleksei. ¡Los dos creen que tienen