5

Esa noche, la frustración en su interior la llevó al único pensamiento desesperado y loco: escapar. ¿En qué estaba pensando cuando aceptó ese contrato? No tenía sentido, ella no podía estar con un mafioso, era peligroso… Cerró los ojos contrariada. Debía hacer algo, no podía quedarse de brazos cruzados esperando un milagro.

Esperó a que se hiciera muy tarde en la noche, cuando la mayoría de los guardias y la servidumbre no estaba muy al pendiente. Miró su reloj y este marcaba la una de la mañana. La mansión estaba en silencio.

Pero el silencio de la mansión era una mentira. Lilia lo sabía. Cada sombra podía esconder un guardia, cada crujido del piso podía delatarla. Pero la desesperación nublaba su juicio. Tenía que intentarlo.

Se deslizó como un fantasma entre los pasillos, los dedos temblorosos buscando los pestillos de las ventanas. Uno. Dos. Tres. Todas selladas.

—Maldita sea— masculló, clavándose las uñas en las palmas.

Hasta que encontró una que cedió y se abrió. El jardín la llamaba. El aire fresco, las sombras de los árboles, la libertad. Y corrió.

El césped húmedo se pegó a sus pies descalzos, el viento le azotó el rostro. Casi lo sentía. Casi... hasta que…

Una mano de hierro la agarró del brazo, torciéndole la muñeca hasta hacerla gritar. Otro guardia apareció a su izquierda, bloqueándole el paso.

—No me toquen —gruñó, retrocediendo.

El más alto —¿Yuri? ¿Vasili? Nunca sabía sus nombres— sacó una pistola. No la apuntó a ella. No hacía falta.

—El patrón quiere verte.

—¡Que se pudra! —Escupió, y corrió hacia la izquierda, donde los arbustos eran más densos.

Error.

El segundo guardia la atrapó por el cabello, tirando con fuerza como para hacerla gritar.

—Caminas o te arrastro —dijo, mientras su compañero le ponía el cañón del arma en la base de la nuca—. Elige.

Lilia tragó sangre —¿cuándo se había mordido el labio?

Y asintió. Pero no sin antes clavarle la rodilla en la ingle al primero. El hombre gruñó, pero no la soltó.

—Brava —masculló el otro, arrastrándola de vuelta hacia la mansión—. Pero inútil.

Cuando la dejaron en el despacho de Nikolai nuevamente, él ya estaba sentado, como si hubiera estado esperándola desde el principio. Su postura era relajada, casi displicente, con los dedos entrelazados sobre el escritorio. Pero sus ojos delataban una chispa de diversión mezclada con una sombra de decepción.

—¿De verdad pensaste que podrías escapar de mí? ¿Que no te vigilaría? —preguntó, con un tono inusualmente suave que hacía que la pregunta se sintiera más como una amenaza que como un reproche.

Lilia alzó la barbilla, negándose a sentirse intimidada, aunque por dentro combatía la oleada de frustración y miedo. También agradecía que no la estuviera apuntando con un arma, como sus hombres.

—No soy tu prisionera, Nikolai.

Él se inclinó hacia adelante, con el rostro iluminado por esa tenue lámpara que parecía exagerar la intensidad de su mirada.

—No, eres mi rosa. —Su voz adquirió un filo peligroso. —Y las rosas no sobreviven solas en la tormenta.

Las palabras cayeron como un peso sobre Lilia, cortantes pero envueltas en una extraña mezcla de posesividad. No pudo evitar preguntarse si Nikolai realmente creía que estaba protegiéndola o si simplemente disfrutaba de someterla a su control. Antes de que pudiera responder, él se levantó y caminó hasta acercarse lo suficiente como para que su presencia llenara todo su campo de visión.

—Intentar escapar no es una opción, Lilia. Ahora, habrá reglas. Serán estrictas, y espero que entiendas que cualquier desobediencia tendrá consecuencias. —Su tono tenía la contundencia de una sentencia. Luego se alejó un poco, regresando tras el escritorio como un rey regresando a su trono

Nikolai la observó de regreso. Una sonrisa ladina se esbozó en sus labios, como si disfrutara molestarla. 

—Ahora eres mi esposa, ¿no crees que me debes algo, querida? Intentaste escapar en nuestra primera noche, así que yo como buen esposo me encargaré de que no quieras hacerlo nunca más.

Lilia entrecerró los ojos... No podía estar hablando de... Alzó los ojos y lo miró enojada. 

—¿Acaso te refieres a....

Nikolai sonrió y se levantó del asiento. 

—Nos casamos, Lilia y tú me debes mi primera noche, nuestra noche de bodas. 

Nikolai se ajustó los gemelos de la camisa, indiferente. Y se dirigió a la salida del despacho.

—Tienes una hora. Báñate. Ponte algo bonito. Y reza para que me guste lo que vea.

Lilia quedó sola en el despacho. Le extrañó que no la sacara a patadas de ahí… Pero aprovechó el despiste de Nikolai y fijó la atención en el escritorio. Había documentos, llaves, una pistola descargada. Nada útil.

Hasta que lo vio. Sobre el escritorio, semioculta bajo un informe financiero, una foto.

Era ella. No la Lilia de ahora, vestida de luto y rabia. No. Era la Lilia de antes.

La imagen la mostraba en el café de la esquina de su casa, hace ocho meses, riendo con una taza entre las manos. Llevaba el vestido azul que tanto le gustaba. El que quemaron el día que su padre murió.

El corazón le latió demasiado fuerte. Y entonces, vio las notas. Eran pequeñas anotaciones al margen, en una letra precisa y fría:

"Prefiere el té de manzanilla."

"Sonríe cuando habla con el viejo dueño del café... arreglaré eso"

"No mira a los hombres. ¿Miedo? ¿Desinterés?"

—¿Desde cuándo…? —Sus dedos temblaron al tomar la foto.

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