Lilia intentó hablar, pero él ya se movía, arrastrándola consigo. Sus dedos se cerraron como grilletes alrededor de su muñeca.
—¿Adónde…?
—A casa —cortó él, sin mirarla—. Antes de que decida que prefiero quedarme y matar a alguien.
La sacó de la fiesta entre murmullos, cruzando el salón como un huracán de traje negro. Los invitados se apartaban. Todos menos uno.
Viktor, el hombre con quien Lilia había conversado antes bloqueó su camino con una sonrisa diplomática.
—Volkov, ¿te vas? La noche se ha vuelto peligrosa…
—Mueve tus pies o los pierdes —Nikolai no redujo la velocidad. Viktor palideció y cedió.
Nikolai Volkov era un hombre al que se temía, y su estado de ánimo en ese momento no invitaba a desafíos.
—¿Qué estás haciendo? —susurró ella, tratando de mantener la compostura mientras lo seguía con pasos apresurados. Sentía la tensión en su agarre, la energía contenida en su cuerpo como una tormenta a punto de desatarse.
Él no respondió. Siguió avanzando hasta llegar a la gran escalera