Naia
Desperté en la penumbra por un segundo, el silencio de la habitación me engañó, haciéndome creer que todavía estaba en mi pequeño apartamento, que el despertador sonaría pronto y que tendría que ir a la clínica a llevarle flores a mi abuela pero el aire se sentía diferente. El olor a sándalo y lujo me recordó dónde estaba. Y entonces, como si el techo del búnker se desplomara sobre mis hombros, los recuerdos regresaron con una violencia física que me dejó sin aliento.
Su corazón no resistió.
Las palabras del doctor Miller resonaron en mi cabeza como un eco infinito.
Me quedé inmóvil, mirando fijamente un punto en la pared tenía los ojos secos, ardientes, y el pecho tan apretado que cada inhalación era una lucha. Me sentía hueca, como si alguien hubiera vaciado mis órganos y solo quedara una cáscara de piel fría.
La puerta de la habitación se abrió con un leve quejido Artem entró con pasos suaves, casi imperceptibles su figura imponente se recortaba contra la luz del pasillo,