Artem
El silencio del hospital era una tortura de baja frecuencia que me taladraba los oídos me quedé de pie, apoyado contra la pared de la habitación, observando cómo Naia se despedía de su abuela.
Vi el momento exacto en que sus labios rozaron la frente de la anciana fue un gesto cargado de una devoción tan pura que me hizo desviar la mirada por un segundo.
La pureza siempre me había resultado incómoda, un recordatorio constante de todo lo que yo no era.
Cuando las puertas del quirófano se tragaron la camilla, el aire pareció abandonar los pulmones de Naia se quedó allí, estática, como si su propia alma hubiera cruzado ese umbral junto a la mujer. Katia se acercó a ella de inmediato, pude ver la pena profunda en los ojos grises de mi hermana, un reflejo de su propia compasión, y la oscuridad total en los azules de Naia, era una escena que me apretaba el pecho de una forma que no sabía cómo gestionar.
Katia la guio de regreso a la habitación y la obligó a sentarse en el sofá yo