Los días que siguieron a la tormenta en la oficina de Los Laureles estuvieron cargados de una tensión innegable entre Laura y Alex.
La quietud de la mañana que siguió a su noche de pasión se había transformado en un zumbido constante de incertidumbre, tanto en sus mentes como en el ambiente laboral.
Los rumores eran ya un murmullo persistente en los pasillos, con miradas curiosas y cuchicheos que los seguían discretamente. Ambos lo sentían, como una corriente eléctrica que los conectaba y los separaba del resto al mismo tiempo.
A pesar del torbellino interno, se esforzaron por mantener la profesionalidad.
En las reuniones, sus interacciones eran medidas, sus voces calmadas. Pero una mirada furtiva, un roce accidental de manos al pasar un documento, delataba la conexión profunda que los unía.
Era una danza delicada entre el deber y el deseo, una coreografía improvisada que solo ellos comprendían.
La conversación que tuvieron en el pasillo, con Alex apretando la mano de Laura y sus pala