La pregunta de Alex, “No fuiste solo al supermercado, ¿verdad?”, colgó en el aire como una sentencia. Para Laura, fue el empujón final que la lanzó al abismo. El rostro de Daniel, lleno de desprecio, y ahora el de Alex, lleno de una preocupada lucidez, se fusionaron en su mente. La verdad era un veneno que aniquilaría a Alex, que destruiría la frágil recuperación que era su única obra de bien en un mar de engaños. No podía. Simplemente no podía.
En el torbellino de pánico, su cerebro, en un acto de auto preservación tan desesperado como retorcido, tejió una nueva historia. Una mentira tan grande, tan terrible, que podría eclipsar la fea y patética verdad. La humillación que sintió a manos de Daniel se transformó, en su mente febril, en un miedo físico y mortal. Era una historia que justificaría sus lágrimas, su palidez, su terror.
Levantó el rostro bañado en llanto, mirando a Alex con los ojos desorbitados de quien ha visto el horror.
“Alex… yo…”, su voz se quebró, exactamente como lo