Las palabras de Daniel —“Vete, Laura. Esto ya terminó no te cabe en tu cabeza hueca? o te llamo a la policía por acoso ya me tienes cansado y obstinado parece una perra en celo que te andas regalando a cualquier hombre por ahí pareces la propia prostituta que se le regala a cualquier hombre, te arrastras para mendigar amor por una vez en tu hijo de puta vida quiérete y respétate”— no fueron un grito, sino un veredicto. Y por eso dolieron más. No hubo furia contra la cual luchar, no hubo un arrebato que pudiera interpretarse como pasión oculta. Solo había un final, tan frío y afilado como el borde de un cristal roto.
Laura se quedó inmóvil en el umbral, sintiendo cómo el aire se escapaba de sus pulmones hasta que reacciono y le dio un par de bofetadas. “Eres un maldito Daniel como te atreves a decirme esas cosas, tu muy bien sabes como soy y que te he sido fiel pero no importa lo vas a lamentar, eres un tremendo hijo de puta, desgraciado.”
Todas las súplicas que habían preparado, tod